El ideal es materializar la justicia; sin embargo, suele ocurrir que la legalidad como herramienta para encarnarla en los cuerpos legales, es ultrajada y envilecida por aquellos seres que tienen a su cargo perfilarla en las normas jurídicas; quienes legislan ni idea tienen de lo que hacen y menos aún se detienen a reflexionar sobre las graves consecuencias sociales que acarrearán sus desaciertos. Frente a tales incongruencias, me he preguntado qué entenderán por justicia, pues la invocan sin ton ni son; pretenden ataviarla con pestilentes andrajos -seudo derechos- cuyos gérmenes nocivos intentarán roer su esencia y a la par, requebrajar instituciones civiles -matrimonio- que son fundamento de nuestra estructura social. Pero aquí el lamento es por nosotros, tanto por aquellos que eligieron como representantes a personas tan insensibles e irresponsables y a los otros, que si no lo hicimos en virtud de reflexionar un poco, también recibimos las nefastas consecuencias de su desatinado ejercicio. Por lo anterior, es menester, por un lado, pensar muy pero muy bien a quiénes vamos a elegir; y por el otro, forjar en las nuevas generaciones el sentido de responsabilidad, pues no sabemos, si el pequeño que tenemos como vecino, el día de mañana estará legislando.
