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LA DIFERENCIA ENTRE PERDER Y DEJAR DE GANAR.
- Autor : Lic. Gomez Porchini
- Fecha : Viernes 01 de Mayo de 2009 18:27
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En materia jurídica, existe una muy clara diferencia entre lo que son los daños y los perjuicios.
Suponga Usted que va en su coche y tiene un accidente, de esos en los que los carros salen con las defensas rotas, descompuesto el sistema de la suspensión y alguna otra cosa. No hubo lesionados.
Por supuesto, los daños serán el costo de la defensa, de la suspensión y demás foquitos y cositas que haya que cambiar.
Los perjuicios serán, que Usted se queda sin coche, que tendrá que rentar uno, con el costo inherente, o pedirle a alguien en casa que le deje el suyo y el perjudicado será su hijo o algún otro familiar, o tal vez, tendrá que trasladarse en camión, con las molestias que ello implica.
Hasta ahí, la diferencia entre daños y perjuicios.
Es decir, los primeros son perfectamente estimables en dinero y podemos saber con exactitud a cuánto ascienden.
Los perjuicios, no siempre. ¿Qué tal si el hijo iba a invitar a una muchacha para pedirle que fuera su novia y no se atrevió, por andar “a pata”? Perjuicio grave. O tal vez no. Quién sabe.
Ahora, existe una muy marcada tendencia a pensar que lo que está sucediendo en nuestro país son pérdidas, las anuncian como muy graves y piden que les eliminen todo tipo de impuestos, gravámenes, costos y demás.
Cuestión de que analicemos juntos de que se trata.
Un comerciante, el que Usted quiera, compra o tiene en sus bodegas, digamos, cien carretillas para su venta. Cada una a doscientos pesos y va por una utilidad de ochenta pesos por carretilla. Es decir, le costaron ciento veinte y va a ganar ochenta. Tal vez sea correcto, tal vez sea justificado, tal vez sean las leyes del mercado. Vamos a darlo por cierto.
Sin embargo, ahora que decretan la suspensión de una gran parte de las actividades, no puede abrir su tienda y no puede vender sus carretillas.
Le va a costar, la renta del local, en caso de que no sea suyo, los sueldos de los empleados, la luz, casi no, pues al tener cerrado el negocio, no consume. Es decir, tendrá que cubrir algunos gastos o costos indirectos que ya existían en su presupuesto.
Pero el día que le permitan volver a abrir su tienda, podrá vender sus carretillas o coches o defensas o juguetes para los niños o regalos para las madres o lo que sea. Es decir, no va a tener una pérdida real por no haber vendido esos días sus productos, ya que sólo va a diferir el ingreso de las ventas, incluyendo capital invertido y utilidad, por unos cuantos días.
Es decir, el comerciante de que hablo dejó de ganar unos días, pero no perdió. Desfasó su proyección de ventas, pero no perdió. Dejó de ganar, no perdió. Igual pasa con la inmensa mayoría de los negocios.
Vamos, aún los de los sitios turísticos, los que esperaban una gran concentración de visitantes, perderán sólo aquellos consumibles perecederos que estaban dispuestos para atender a los huéspedes, pero en términos generales no habrán de registrar pérdidas. Eso sí, dejarán de ganar y por cierto, su falta de ingresos podrá ser cuantiosa, pero no son realmente pérdidas.
En cambio, el obrero que vive al día, que para él representa su salario la única fuente de ingresos, la forma en que habrá de paliar el hambre de sus hijos, quedarse sin ese ingreso en una jungla de concreto que no alberga ya la forma de brindar sustento como antaño lo hiciera el campo, para él, ese “dejar de ganar” implica la diferencia entre vivir un día más, entre solventar sus necesidades de manera apegada a la ley y tornar sus afanes en algo ajeno a lo que la propia sociedad dispone.
El obrero que deja de ganar el sustento, pierde la forma de alimentarse, pierde la posibilidad de seguir la vida, pierde incluso, las ganas de seguir luchando.
El comerciante que deja de ganar, sólo difiere unos días sus utilidades, sólo apuesta lo que sabe está seguro, sólo arriesga lo que ya es producto de anteriores esfuerzos.
De ahí que la diferencia sea abismal.
Perder significa no tener un pan para comer. Dejar de ganar es diferir los ingresos, incluyendo utilidades, a unos cuantos días.
Creo haber logrado puntualizar la diferencia.
Creo que no se vale que nuestros comerciantes, políticos y empresarios, vamos, los del dinero, se desgarren las vestiduras por “dejar de ganar” unos cuantos días.
Creo que no se vale que los desprotegidos, a los que algún presidente pidió perdón y que cada día son más, deban sacrificar su integridad física para poder lograr un salario que la propia autoridad ya decretó se deben de pagar.
Creo que no se vale que los dueños del dinero, con el nombre que Usted quiera darles, obliguen al obrero a presentarse a laborar, en despecho de las medidas de seguridad sanitaria que existen, so pena de no cubrir salarios, que es la única fuente de ingresos del asalariado y además, que es una fuente lícita y que conlleva la obligación de prestar un servicio personal subordinado.
Es un asunto que debería estar en primerísimo lugar de la atención nacional y que sin embargo, los medios de comunicación no lo han contemplado, pues al fin y al cabo son sólo unos cuantos asalariados que no figuran a la hora de medir la audiencia, pues ni radio ni tele tienen, menos comadoras.
No se vale que al obrero lo obliguen, a pesar de las órdenes de autoridad, a que acuda a una negociación que está cerrada al público pero que decide “realizar inventarios”, “limpieza profunda”, “mantenimiento general” o cualquier otra figura que quieran darle a no permitir el reposo y aislamiento del obrero.
Vamos, es todavía, creo yo, un crimen mayor decretar estos días sin labores como “periodo vacacional” para el obrero, pues ni lo pidió, ni lo necesita ni le sirve para descansar.
No se vale.
Me gustaría conocer su opinión.
Esa sí, vale la pena.
José Manuel Gómez Porchini.
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