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LA GRAN BANDA CHICAGO
- Autor : Lic. Gomez Porchini
- Fecha : Jueves 12 de Febrero de 2009 08:35
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Un día, hace muchos días, mi hijo mayor llegó a casa y nos anunció, a la mamá y a mí, que había comprado boletos para asistir, el 11 de febrero de 2009, al concierto que habría de brindar la Banda Chicago en esta ciudad.
Que era nuestro regalo y que esperaba que fuéramos.
De momento, así quedó la situación e hicimos los preparativos necesarios para asistir.
Sin embargo, bien sabemos que la vida no es lo que queremos y ayer mismo, me enteré que el hijo de unos muy queridos amigos había estado un poco mal de salud, así que fui a realizar visita de cumplido, para decirles que la vida sigue y se hace lo que Dios quiere, no nuestros intentos.
Por supuesto, yo ya había concertado cita para en la noche con otro amigo, que está atravesando por un problema legal. Si bien es cierto no litigo, de algo me acuerdo y de algún modo podría ayudarle.
Pero de repente me dice mi esposa: -Tú vas con José al concierto, yo tengo un apuro-. Claro, a José le encantó ir y yo, pues bueno, ¿a quién invitan a ver, oír y disfrutar a la excelente Banda Chicago que se queje?
Llegamos al lugar del evento. José parecía de esos que ahora, en estos tiempos, abundan. Saludaba a diestra y siniestra, como candidato en campaña.
Yo, rezagado apenas unos pasos, me divertía observando a los asistentes. Venían casi todos de dos en dos: un señor, ya entrado en años y en carnes, acompañado de un muchacho, igualito que él, pero con veintitantos años menos y mucho pelo más.
Así debemos haber parecido José y yo.
Un papá con su hijo. Claro, los papás, prendidos hasta decir ya no y los hijos, pues bueno, acompañando a sus padres.
Eso sí, había unas muchachas guapísimas que además, hace veinticinco años o más, debieron haber sido mucho más guapas. Pero no les diga eso. Se veían preciosas, enfundadas en sus jeans, que por cierto ya estaban un poco apretados, agarradas del brazo de un muchacho de ayer o en grupitos de cinco o seis, contentas, pegando grititos y disfrutando de la expectación de algo que se presagiaba maravilloso.
Y sí, empezó el concierto. Claro, a tiempo, pues si los músicos anunciaron que ya van por cuarenta años juntos, ¿qué más se podría esperar?
Unos verdaderos profesionales. Una música de lujo. Unos acordes excelentes y muy bien logrados.
Debo reconocer, más para mí que para hacerlo saber, que algunas de las canciones me parecían como tocadas por un grupo de los que brindan tributo a otro, hasta que me di cuenta que la diferencia entre lo que escuchaba en vivo y lo que retumbaba en mi cerebro, eran treinta o cuarenta años de diferencia, era confrontar mis recuerdos con lo real.
Que yo, iluso de mí, quería que la Banda Chicago tocara en los mismos términos en que mi cerebro recordaba, en que yo quería que los sonidos se empataran con mis recuerdos, como me diría mi compadre Rubén hace unos días… ¿te acuerdas, compadre?
Claro, yo no recuerdo nada. Cuando menos, no en público.
Lo cierto es que el concierto cumplió todas las expectativas que pude haber tenido y que los músicos son unos verdaderos profesionales, pues no de otro modo podrían haber logrado seguir juntos y trabajando después de cuarenta años.
También es cierto que si de Alejandro Dumas se dijo que no es lo mismo Los Tres Mosqueteros que Veinte Años Después, Chicago es la Gran Banda Chicago, cuarenta años después.
Algunos kilos de más, algo de pelo de menos, un poco sueltos los músculos y todos muy formalitos, pero sí, era la Gran Banda Chicago.
Además, con mi hijo.
Es una alegría que nunca soñé.
Ir a un concierto con mi muchacho.
Vale la pena.
Me gustaría conocer su opinión.
José Manuel Gómez Porchini.
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