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EL PRIMER CONDENADO DEL 2012 V(2)
- Autor : LicVelazquez
- Fecha : Lunes 02 de Enero de 2012 09:40
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Ayer publiqué un artículo bajo el mismo rubro, pero con tal mala suerte, que a los dos minutos de incorporación a Vox Populi, fue removido por la subsecuente y sucesiva publicación de otros tres de diverso forista, los cuales tampoco pude siquiera leer por la efímera duración de cada uno de ellos lo cual denotó más bien prisa por terminar con esa labor. En esa tesitura y a riesgo de que hoy suceda la mismo, - en todos los medios existen estrategias y acciones de censura - decidí reinsertar el artículo en su versión (2).
Señalé en la primera versión que La Jornada publica un artículo de Jorge Carrillo Olea bajo el rubro "La Ética en la Guerra de FCH". Dicho artículo condensa de manera inequívoca el pensamiento y las voces de quienes se han atrevido a denunciar, fuera de atavismos y servilismos políticos, las causas verdaderas y las motivaciones de esta absurda guerra cuyos saldos funestos han logrado desplazar los obtenidos por otros criminales de lesa humanidad.
El artículo es pues una condena, la primera del año nuevo, en contra de la lesión generalizada a la humanidad mexicana misma que se le ha inferido a lo largo de cinco años, impune e indolentemente por la ausencia de un protocolo integral, formal y material, de protección a sus derechos naturales, de conservación al estado de derecho, de asistencia efectiva e inmediata a víctimas.
La ética en la guerra de FCH
Jorge Carrillo Olea – La Jornada
Enero 1, 2012
A un lado de filosofías, que las hay numerosas y respetables, Kant y Hegel por ejemplo, existe una guerra donde hay beligerantes, hechos violentos, muertos entre actuantes e inocentes, uso de técnicas bélicas, armamentos y equipos, daños y destrucción de activos oficiales y particulares. Ahí hay una guerra, lo acepte hoy Felipe Calderón o no.
El 11 de diciembre de 2006 no pensó con esa sistematización. Lo único que estaba en su mente era desatar una ola de violencia para acabar con el narco, configurarse como el soberano y así legitimarse. Pero por una metástasis no calculada, su guerra se propagó con una difusión de crimen organizado, gran criminalidad común y microcrimen.
¿Sabe usted que la extorsión, el homicidio, el secuestro y el robo han crecido en cinco años más de 300 por ciento en su conjunto y que se dan en todos los rincones y niveles socioeconómicos de la nación? ¡Es ingrato reconocer una sociedad en vías de criminalizarse, o sea, la producción social del ser criminal! ¿Se calculó este efecto de antiética?
Sin respaldo político y moral de su sociedad toda guerra saldrá mal. Vale decir que una decisión por la guerra necesariamente representa la crisis de la política y de la moral, esa crisis debe ser reconocida por el dirigente, de otro modo su guerra carece de legitimidad. La insistencia de este gobierno en lo impolítico y en la inmoralidad lo mina, lo destruye, como minado y destruido históricamente está Calderón.
Comenzó una guerra con un arranque absolutista. Nunca pensó en la trascendencia política y ética de ese hecho. Pensó que cosecharía el aplauso popular. No calculó que en las guerras que provocan los Estados afloran los cuestionamientos sobre su sustento político y ético para demostrar cuán difícilmente una iniciativa bélica como la suya, iniciada sin horizontes, puede justificarse desde el derecho natural, fuente de toda política y toda moral. Sencillamente no hubo un discernimiento de sensatez sobre las consecuencias.
En su estructura más profunda, toda ética política se identifica con su propia esencia, que exige actuar siempre bien, velando por la prosperidad universal y rechazando todo personalismo. Ninguna razón objetiva puede contradecir este principio. En la justificación de Calderón para defender la licitud de su guerra se implica, sin especificarlo, el falaz argumento de que el fin justifica los medios, para burlar así los escollos de la honestidad.
Acepta la perversión intrínseca de la violencia para conseguir, según él, una paz final. Mesiánicamente insiste en que el bien posible sobre el mal empleado ofrecerá al final un resultado gratificante que justificará todo reclamo ético por cada una de las muertes, desapariciones forzadas, secuestros, destrucciones de bienes y demás violaciones a derechos humanos.
Una conciencia ética nunca podrá aprobar la violencia sin contradecir los fundamentos más profundos del bien. La justificación de la guerra no puede confundir dos juicios distintos:
1. El de la legítima defensa de la propia vida, la que de manera ampliada sería la de la sociedad (Montesquieu) y
2. El de la defensa de los intereses personales, que fue la motivación de Calderón. Sólo lo primero tendría como fundamento al derecho natural que permite la defensa de la vida aun mediante la guerra, ante una amenaza real al derecho a conservarla, en este caso como bien social. No se obró así, fue un acto de beneficio personal.
Sobre la base de este principio, Calderón está intentando construir el concepto de guerra justa, que pretende ser aceptado sobre el fundamento moral de la legítima defensa. Pero se engaña solo, ello hubiera exigido:
1. Que el peligro vital hubiera sido real e inminente,
2. Que viniera de una agresión originada previamente por la criminalidad,
3. Que la violencia fuera inevitable por ningún otro medio y
4. Que los medios empleados en favor del Estado no hubieran sido superiores al daño causado por el presunto enemigo.
Cincuenta mil muertos no admiten discusión. El daño a las Fuerzas Armadas es otro tema a heredar.
Estos prerrequisitos no se dieron y de ahí que, en la historia, el presidente Calderón esté condenado.
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