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UN NUEVO CONSTITUCIONALISMO
- Autor : Victormiaz
- Fecha : Domingo 09 de Marzo de 2014 13:46
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Se ha escrito tanto sobre el Estado mexicano con relación a su parte fundamental, sobre la parte estructural, es decir, sobre sus órganos e instituciones que lo hacen funcionar, lo que jurídicamente se conoce como: parte orgánica. Ahora bien, hasta ahora se ha dicho bien poco y mal sobre este tema a pesar, como ya lo he dicho, de haberse escrito innumerables obras. Si se revisa toda la teoría sobre la División de Poderes, parte fundamental de la política mexicana, se verá (espero que lo vean tal y como es, las nuevas generaciones de estudiantes de Derecho y Filosofía) que casi no tiene que ver con la realidad. Es decir, se parte de un error fatal y de allí se deriva toda la teoría para dejar aún más embrollado el tema, al punto de no saber cuál es el camino a seguir. Claro que hay matices entre los autores de las diversas teorías constitucionalistas; sin embargo, todas ellas beben de la misma fuente: la teoría de la División de Poderes de Montesquieu.
Para mí y desgraciadamente para el pueblo mexicano, es inaudito ver que pasan generaciones y generaciones de estudiosos del tema y se sigue cometiendo el mismo error: seguir a Montesquieu de manera acrítica. No importa hacia donde se dirijan los pasos ni el nivel en que se busque, el resultado es siempre el mismo, para decirlo de manera vulgar, es, la misma gata solo que revolcada. Si se consulta a los estudiosos de la Universidad Nacional Autónoma de México se verá que se afanan en matizar sus teorías con tal o cual novedad pero se quedan en la puerta que conduce al problema y como quienes no son muy duchos en la materia les basta con mirar, con la vista natural la lejanía y describir toscamente lo que ven con tan corta visión. De allí se extiende este mal. Los profesores constitucionalistas de las Universidades al interior de la República dogmáticamente siguen a los investigadores y maestros de la máxima casa de estudios de México. Los planes de estudio sobre Derecho constitucional, me atrevo a decir, no han cambiado en décadas sino es que en por lo menos toda la historia de cada carrera de Derecho que se imparte en las Universidades.
Si se revisan los criterios de la suprema Corte de Justicia de la Nación, en su interpretación sobre la División de Poderes, inmediatamente le surge a uno el rubor. No hay sino un puñado de tesis sobre el tema, tratado de una manera verdaderamente, descuidada y escueta, en donde se afirma que se usarán los términos, es decir, la teoría de Montesquieu, sin más, por el hecho formidable de haber tomado carta de naturalización dicha teoría. De modo que no se encuentra razonamiento sino dogma. Lo cual me lleva a concluir que los Ministros de tan alto Tribunal desconocen en lo mínimo sobre lo que versa la materia. La vida de los mexicanos con relación al Estado se reduce a no más de una media centena de palabras por parte de la Suprema corte y eso es todo. Se queda uno perplejo al darse cuenta, de que no se puede hallar respuesta alguna que valga la pena ni en los constitucionalistas de más alto prestigio ni en la Suprema Corte deJusticia de la Nación. Se ha vuelto tan natural esta costumbre que decir media palabra en contra de Montesquieu (que felizmente descanse en paz) es una falta de respeto para el difunto y para toda la sagrada tradición. Se torna uno en el enemigo número uno de todo el sistema educativo, del sistema político y se es tildado de loco. No pocas discusiones y enemistades me ha costado plantear la realidad del Estado mexicano y su posibilidad de ser, en su devenir histórico, hasta ahora cojo, semi paralitico y senil que permite todo tipo de delitos en todos los ámbitos pero mas en el sector publico, nido fecundo de la corrupción. Es evidente que si no se cambia esta Constitución y se pone freno a la corrupción institucionalizada, los mexicanos no podremos salir del tremendo atraso en todos los rubros. Si se corrigen los males constitucionales y se impone la justicia se estará en aptitud de pensar en una nación saludable y en un Estado que brinde las mismas oportunidades a todos los que tengan la actitud y la aptitud de trabajar no solo para si, sino para la República.
No tengo la menor duda de la necesidad de un nuevo constitucionalismo no solo que vaya acorde a la realidad sino que proponga las posibilidades jurídicas y filosóficas de la estructura orgánica e institucional del Estado mexicano y las atribuciones de los mismos. El trabajo es arduo no solo en cuanto a su teoría sino lo es, más en difícil comprensión y titánica implementación. Me ha sido muy provechoso haber podido expresar mi concepción de la estructura orgánica e institucional del Estado mexicano a peritos en Derecho y Filosofía, el resultado es el mismo, total rechazo y escándalo. Recuerdo una anécdota que me ocurrió al cursar la materia de Seminario de Tesis en la carrera de Filosofía, al plantear mi postura a la titular de la clase, esta me dijo que si me creía capaz de enmendarle la plana a Montesquieu. Con los juristas no ha sido diferente la cosa. En no pocas ocasiones me han enfrentado en ásperas discusiones y hasta abandono de la mesa de súbito abogados con cierto prestigio. Esto para mi es normal porque así esperaba yo los hechos. Mi teoría es radicalmente opuesta a lo que está en boga. No postulo la División sino la Unidad; no propongo ya más los término “poderes“ sino “órganos” desde la perspectiva de la etimología, la lógica, la ontología, la teleología y la filosofía. Claro que los términos ya existen y son bien conocidos por los estudiosos del tema pero los propongo desde una perspectiva totalmente radical que no se detiene en el abandono del viejo constitucionalismo, es decir, en la destrucción de lo caduco y acotamiento del poder político sino que es propositiva en la totalidad del sistema político mexicano.
Hace casi doscientos años los mexicanos nos echamos a la mar en busca de nuevos horizontes mas siempre estuvimos con planes ajenos y abstractos. La realidad se nos impuso y sin saberlo construimos órganos e instituciones que hicieran funcionar el Estado. A los extranjeros y a nosotros mismos nos sorprende que por más saqueos y desatinos que se cometan en la política mexicana el Estado mexicano resista tanto y de para tanto. La respuesta debemos buscarla en los órganos mismos y las instituciones mismas y en su funcionamiento. La vida pública necesita de dinamismo certero y constante entre sus órganos, instituciones y dependencias en sus tres órdenes de gobierno no es posible la subsistencia del Estado sin los mínimos requerimientos de respuesta a las necesidades básicas. Y, he aquí que la República no esta tan mal como se imagina uno a primera vista. Cierto es, que existen deficiencias de muy alto calado que han hecho surgir disidencias y hasta grupos armados, eso es innegable, y cada vez que el Estado no da cumplimiento a uno de sus fines inmediatamente o mediatamente hay agitación publica o reclamos. No obstante lo anterior, no se puede rechazar de un manotazo lo que han forjado generaciones enteras, máxime cuando son de utilidad. Tampoco se puede de un tirón y de inmediato abandonar el barco sin antes construir uno nuevo. Ya lo dijo Hegel, la razón no tiene prisa. Ahora bien, no se trata de máximas cautelas ni cosa timorata sino de ver la gran tarea que esto requiere. Si los que debieran ser los entendidos en esta materia son tan reacios para cambiar de piel (ideas y comportamiento), imagínese al número necesario de intelectuales y ciudadanos para lograr el cambio. Esto no debe de hacernos desistir de nuestro propósito. No es dable alcanzar la razón y no hacer uso de la misma o de plano abandonarse a la irracionalidad al menos que se quiera hacer realidad la sentencia de Ariosto: “Humani generis matter, nutrixque profecto estultitia est” (La madre y nodriza del género humano es la tontería) y ya ni hablar de sobre el “Elogia de la Locura” de Erasmo de Rotterdam. No se deben buscar honores personales sino una cosa más radical y profunda, el pleno desarrollo de la razón y la vida de la nación mexicana a través del Estado. Pero no ya del viejo modelo estatal sino uno que vaya acorde al pueblo de México, uno que sea concretísimo y no uno derivado y con fuertes nexos con la abstracción.
En resumidas cuentas lo que propongo es que nos dejemos de simulaciones y nos tomemos con responsabilidad nuestro quehacer, la vida. Que no nos pase lo que pasa en la obra de Miguel de Cervantes, me refiero al entremés llamado “El Retablo de las Maravillas” en donde los personajes tienen que fingir ver lo que es pura imaginación, pura ficción. Todo para no ser tomados por falsos y delatados al Santo Oficio. Pero precisamente eso nos ha pasado. Hemos fingido ver y hasta nos tornamos serios al ver nuestro Retablo de las Maravillas, llamado constitucionalismo mexicano, mismo que nos presenta escenas y fenómenos que no ocurren sino en la mente bajo el artificio de la palabra y la conveniencia política y del status quo.
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